Obama, nuevo presidente de Estados Unidos


Este martes, todos nosotros, tuvimos la suerte de vivir el apasionante y vertiginoso desarrollo de la historia frente a nuestras narices. Sin dudas, este 4 de Noviembre de 2008 marcará un antes y un después en la historia Norteamericana y, por añaduría, también en el resto del mundo. Quedará en nuestras memorias como un día en el que la esperanza logró ganarle una gran batalla al temor.

Paradójicamente, Estados Unidos, el país más poderoso, militarizado y desarrollado del mundo, ha sido desde las raíces de su historia muy temeroso. En el seno estadounidense, el miedo siempre ha sido el principal obstáculo para desarrollarse como una sociedad verdaderamente libre e igualitaria.


Fue ese miedo lo que llevó a James Earl Ray a disparar y asesinar en 1968 a un hombre que tenía un sueño hermoso, la unidad de los seres humanos, Martin Luther King. Fue el miedo lo que corría en las venas de los miembros del Ku Klux Klan. Es el miedo lo que se respira en las salas de tortura de la cárcel de Guantánamo.

Pero es la fuerza de la esperanza lo que derrota al temor. Personas que en algún momento deciden que ya ha sido suficiente, que no permitirán más que alguien soslaye sus derechos civiles y humanos. Fue la esperanza, lo que en 1955 lleno de valor a Rosa Parks cuando le negó su asiento del autobús a un hombre blanco. Y 53 años después de este pequeño gran paso, es también la esperanza lo que en el día de ayer ha logrado colocar en la cima del poder a un afroamericano, Barack Hussein Obama, el primer presidente negro de los Estados Unidos.

En los años subsiguientes al triste 11 de Septiembre de 2001, el pueblo norteamericano dió muestras más que rotundas sobre la influencia del temor en sus vidas. Parecía que, bajo las montañas de escombros y cenizas, en las calles de Nueva York también había quedado enterrada para siempre la última luz de esperanza.

Y fue en este escenario de miedo y desesperanza, de profundas divisiones, lo que, de algún modo, produjo que el discurso de Barack Obama en la Convención Demócrata de 2004 haya llegado tan hondo en los corazones de los que anhelaban volver a creer: “No hay una América negra y una América blanca y una América Latina y una América asiática: sólo hay los Estados unidos de América.”

Como él mismo lo ha explicado, al ser hijo de un hombre negro y una mujer blanca, de tener una hermana medio indonesia y una familia que, cuando se reúnen en las fiestas navideñas, parece una Asamblea General de Naciones Unidas, no le ha quedado más opción que creer en esta visión de los Estados Unidos.

Sin embargo, no deja de admitir que como hombre negro ha sufrido las inclemencias de la discriminación racial: “Puedo recitar la usual letanía de pequeños agravios con los que me he tenido que enfrentar durante mis cuarenta y cinco años: guardias de seguridad siguiéndome mientras compro en grandes almacenes, parejas blancas que me entregaban las llaves de su auto mientras estoy frente a un restaurante esperando al valet, patrullas de la policía que me hacen parar sin motivo aparente… Sé lo que es que haya gente que me diga que no puedo hacer algo por mi color y conozco la amargura de la ira reprimida.”

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